Con el fin de convencer al enemigo de que nunca se rendirían, como resultado del hambre, decidieron lanzar una vaca por la ladera de la montaña que, según ellos, habían sido alimentados con sobras. 

Esta estrategia engañó a los atacantes y los llevó a terminar el asedio. 

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Los habitantes de la aldea como forma de tributo suben al castillo, cantando y bailando al son de panderos, y luego, parados en la cima de las paredes, derriban potes de barro, simbolizando la vaca, que terminó el cerco.